miércoles, 9 de septiembre de 2009

MEMORIA Y MIEDO (DE Inteligencia Social de D. Goleman pag 228)


En situaciones de estrés, la glándula adrenal libera cortisol, una de las hormonas que el cuerpo necesita para movilizarse y enfrentarse a una emergencia. Estas hormonas tienen efectos muy diversos en el cuerpo y entre ellos se cuentan algunos que resultan adaptativos a corto plazo para la curación de las lesiones.
Habitualmente necesitamos una tasa moderada de cortisol, que opera como una especie de combustible biológico para nuestro metabolismo y contribuye a regular el sistema inmunitario. Pero si la tasa del cortisol en sangre permanece demasiado elevada durante demasiado tiempo, nuestra salud acaba resintiéndose. Y debemos recordar que la secreción crónica de cortisol (y otras hormonas relacionadas) está muy ligada a las enfermedades cardiovasculares, al deterioro de la función inmunitaria, a la diabetes, a la hipertensión y hasta a la destrucción de las neuronas del hipocampo, lo que acaba menoscabando la memoria.
Pero el cortisol no sólo provoca disfunciones en el hipocampo, sino que también influye en la amígdala, estimulando el crecimiento de las dendritas que responden al miedo. Además, el aumento de cortisol también afecta a la capacidad de regiones esenciales de la corteza prefrontal para regular las señales de miedo procedentes de la amígdala.
Son tres los grandes efectos neuronales del exceso de cortisol. Por una parte, provoca disfunciones en el hipocampo que obstaculizan el aprendizaje, sobregeneralizando el miedo a cuestiones irrelevantes (como, por ejemplo, el tono de voz). Por otra parte, activa el funcionamiento de los circuitos de la amígdala. Y, por último, impide que la región prefrontal module adecuadamente las señales procedentes de una amígdala hiperreactiva. Como resultado combinado de todo ello, la amígdala se descontrola y activa el miedo, mientras el hipocampo percibe erróneamente motivos de miedo en todas partes.