viernes, 24 de julio de 2009

pa que me voy a engañar si vengo de la españa negra

"Podréis quitarme el movil, los CD´s vírgenes, el ordenador, podréis quitarme el tabaco, la sal en las comidas, los joíos sports, podréis quitarme la razón, la salú, el amor pero nunca podréis quitarme el miedo".

domingo, 12 de julio de 2009

aprendizaje y memoria (youtube)

http://www.youtube.com/watch?v=-vOwOXysTDs

Elvira Lindo (memoria)

Pablo Jercog, un físico brillante de sólo treinta y dos años que forma parte del equipo de Eric Kandel, el premio Nobel de Ciencia en 2000 por sus investigaciones sobre cómo se almacena la memoria. Pablo me contaba, moviendo el dedo entre el espacio que dejaba un plato con pizza y las cervezas, de qué forma los ratoncitos con los que trabaja le dan información valiosa sobre por qué recordamos el espacio en el que nos movemos, el conocido y el desconocido, de qué forma intervienen las emociones en esos recuerdos. Le pregunto a Pablo si es el profesor Kandel el que decide realizar un experimento en particular. Me dice que no, que es él mismo quien tiene que imaginar los juegos que le propone a sus ratoncillos. El jefe, finalmente, tiene que dar el visto bueno a un trabajo del que tal vez salga algo revelador (o no). Un experimento puede durar un año y ser exitoso, o ser un fracaso. Me parece fascinante, le digo. Todo el mundo da por hecho que la imaginación es algo que sólo interviene en procesos artísticos. Se les supone a los artistas una mente más original, más arriesgada. Pero Pablo me asegura que el componente imaginativo es fundamental para un científico. ¡Existe la inspiración! Le digo que me muestre a sus roedores y una mañana temprano cogemos el metro que nos lleva al hospital Presbiteriano, donde se encuentra su laboratorio. A esas horas, el metro se llena de viajeros que van al hospital: enfermeras, médicos, pacientes, investigadores de primera fila, todos, sufriendo esa suciedad subterránea que convierte a Nueva York en la ciudad del tercer mundo que a veces es. Cientos de personas entrando en esa mole hospitalaria donde se muere, se cura, se investiga. Lo primero que me sorprende es la precariedad del despacho, sin ventanas, con aire entre de taller, trastero y oficina pública cochambrosa. Recuerdo esa pregunta que tantas veces se les hace a los escritores, "¿cómo es el espacio en el que escribe?". Éste es el espacio tan poco inspirador en el que dos científicos, mi amigo Pablo y su compañero indio, tienen que calentar su imaginación a diario. Ahora nos vestimos de verde de pies a cabeza para entrar en la ratonera. Cientos de ratoncillos chupando agua, comiendo, mordiéndose las orejas unos a otros. "Son muy agresivos", me cuenta, "las ratas son cariñosas, sólo atacan cuando se ven en peligro, pero los ratones en cuanto te descuidas te clavan un diente. Con los ratones no es habitual establecer ningún tipo de relación, pero yo he empezado a comprobar que si acaricio a mi ratón un rato todos los días, a la semana sale él solito de la jaula y viene a mi mano. A mí me compensa trabajar con un animalito que no esté estresado, me ahorra tiempo, porque el ratón, si está tranquilo, comienza a trabajar para ti desde el principio". "¿Ellos saben que están trabajando?", le pregunto. "Claro, me dice, y saben que se llevarán su galleta de chocolate". El ratón sin nombre llega a un pequeño escenario de aire teatral, con un gran cortinón negro. En los diminutos electrodos que tiene en la cabeza, Pablo le enchufa un cable conectado al ordenador en el que vemos reflejado su recorrido físico y su actividad cerebral, que es mayor cuando se acerca a la comida, por ejemplo. El ratoncillo coronado como un pequeño rey se vuelve loco corriendo en un círculo que parece un espacio circense. A la cabeza me vienen todos los dibujos de la Warner Brothers. Me pongo a cantar: "Taratatata tatatá tatatá". Nos reímos. Al terminar, pronunciamos la frase más célebre de nuestra infancia: "¡Esto es todo, esto es todo, esto es todo, amigos!". "Le contaré a Kandel tu visión del asunto", me dice Pablo, "le divertirá". "Cómo es posible", le pregunto, "que me puedas explicar de manera tan sencilla algo tan sofisticado". "Bueno", dice, "una de nuestras obligaciones es escribir los experimentos para que puedan ser entendidos por cualquiera". Dios mío, por qué no estarán sometidos a esta disciplina los expertos literarios: ¿a qué viene tanta arrogancia?

+ memoria del suplemento del heraldo

Los lectores preguntan a Eduardo Punset
¿Cómo funciona la memoria?
Rosario Segura.
Quisiera que se dejaran llevar conmigo en la exploración de algunas de las desventuras por las que están pasando los encargados de explicarnos cómo funciona la mente. Hemos aprendido antes a asustarnos por el elevado porcentaje de enfermedades mentales que vaticinan los expertos en los próximos años que a saber cómo funciona la mente. Cómo funciona, como veremos, de mal.
Primero, es preciso admitir que te puedes fiar de la memoria cuando se trata de recordar los grandes trazos de una historia, pero de ningún modo cuando se pretende profundizar en el conocimiento de las cosas y medir con precisión lo ocurrido. La mente y, muy particularmente, la memoria no funcionan como un ordenador con sus archivos para cada cosa. No sabemos dónde archivar las experiencias en la memoria. Cuando queremos recordar algo, resulta que no está en ninguna parte; o está en todas. Aparece de pronto y basta.Como le digo yo, medio en broma, medio en serio, al amigo cuyo nombre se me acaba de escapar del recuerdo: «Lo siento, pero todos los nombres están arrejuntados en este lado del cerebro y a veces baja Jaime en lugar de Ernesto o no baja ninguno». Profesionales muy serios de la psicología y neurología se están cuestionando por ello seriamente la validez de lo que cuentan los testigos en los juicios. Si los jueces conocieran los mecanismos de la memoria como los conocen los neurólogos, dejarían de llamar a los testigos porque sabrían que no pueden fiarse de sus testimonios.La realidad es que los psicólogos califican el sistema de archivo de la memoria –si se puede llamar `sistema´ a lo que tenemos para recordar el pasado–, de `contextual´. En otras palabras, es el contexto en el que se produjo el hecho vivido, la llave del recuerdo que sirve de pista o recordatorio.
En el verano de 2007, me encontraba en Londres finalizando los últimos retoques de El viaje al amor, el segundo libro de mi trilogía. Ajenos los terroristas islamistas a mis reflexiones amorosas, cometieron unos atentados criminales en el Metro que causaron numerosos muertos. Estaba tan absorto analizando la documentación disponible sobre el libro que no tenía tiempo ni para poner la televisión o salir a comprar el periódico. Tuvieron que transcurrir varias horas desde el atentado para que yo me enterara de aquella tragedia mediante la llamada de amigos y familiares desde España que se interesaban –¡ante mi sorpresa!– por mi estado de salud. –¿Estás bien? ¿Te ha pasado algo? ¿No estabas cerca del Metro? –me preguntaban.Cuando puse la televisión, pude contemplar la riada humana que volvía a casa andando sin utilizar el famoso Metro de Londres.
Mi memoria –`contextual´, desde luego– no olvidaría jamás aquellas imágenes ni aquel recuerdo. La alarma sellada en los rostros de la gente de la calle y, al mismo tiempo, la convicción que emanaba de ellos de que los terroristas no conseguirían cambiar el rumbo de la vida británica. El contexto es lo que cuenta y cuanto más llamativo, mejor.Tan es así que ya hemos aprendido los trucos para no perder, en promedio, una hora al día buscando las llaves o pensando dónde dejamos el móvil. Como me recordaba este mismo mes el neurólogo de la Universidad de Harvard Álvaro Pascual Leone, tenemos que recurrir a trucos como los minuciosos listados de los comandantes antes de despegar el avión, el de repetir sin cesar los días o los lugares –son verdaderos escondrijos para la mente– donde dejamos los objetos que no queremos olvidar: las llaves, en el bolsillo izquierdo; el móvil, en el derecho; o la gimnasia, los miércoles por la tarde.
Eduardo Punset

miércoles, 1 de julio de 2009

eclipse

un astro se interpone generando una luz nueva