domingo, 26 de octubre de 2008

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martes, 21 de octubre de 2008

"Vendo enfermedades a la carta. Y remedios"

Parrafos de un reportaje del Pais de hoy que se titula "Dopaje al servicio de inteligencia"

En el ámbito académico, es un secreto a voces el uso de sustancias que contribuyen a mejorar habilidades cognitivas como la memoria, la concentración y la vigilia. La revista Nature ha dibujado un retrato más preciso con una encuesta informal a la que han respondido más de 1.400 científicos. Un 20% de los encuestados afirmó que tomaba de forma más o menos habitual alguna sustancia para rendir mejor en sus labores intelectuales.
Entre los científicos que consumen este tipo de sustancias, un 62% toma metilfenidato, un medicamento de prescripción que se utiliza sobre todo para tratar a niños que padecen trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDHA), porque potencia la capacidad de concentración actuando, entre otros, sobre un neurotransmisor, la noradrenalina.
Un 44% de los encuestados admitió consumir modafinilo, empleado básicamente para tratar la narcolepsia. Los investigadores lo toman para mantenerse despiertos durante más tiempo y para combatir el jetlag. Este medicamento también lo utilizan algunos trabajadores por turnos. Otro 15% reconoció consumir betabloqueantes como el propanolol, un medicamento que se utiliza para tratar la presión arterial alta y que relaja. El resto manifestó tomar una miscelánea de sustancias. Entre ellas, fármacos inhibidores de la colinesterasa, que se emplean para mejorar la memoria en enfermos de alzhéimer.
Todos ellos son medicamentos que no incrementan directamente la inteligencia, sino que ayudan a rendir más en el trabajo y a manejar mejor el estrés. Forman parte del arsenal de fármacos creados para tratar patologías pero que están pasando a formar parte de la "psiquiatría cosmética", explica Antoni Bulbena, jefe del servicio de psiquiatría del Hospital del Mar de Barcelona. Y con efectos secundarios. Un 69% de los investigadores que respondieron la encuesta de Nature, afirmaron que estaban dispuestos a asumir los efectos secundarios. En definitiva, cuatro de cada cinco, independientemente de tomarlos o no, afirmó que un adulto sano debería tener la libertad de decidir si consumirlos.


Los médicos consultados no se cansan de advertir de que abusar de estos medicamentos tiene contrapartidas. El cuerpo cuenta con un sistema protector que regula los niveles de dopamina o serotonina que intervienen en esta potenciación, porque su exceso acaba desequilibrando el organismo, explica Francisco Mora, catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense de Madrid. El abuso también compromete la estabilidad emocional. "La persona que toma muchos estimulantes acaba cambiando sus patrones de conducta, de repente puede estar eufórico o como un pasmarote", afirma Antoni Bulbena, jefe del servicio de psiquiatría del Hospital del Mar de Barcelona. Aumentan la posibilidad de paranoias, a lo que hay que añadir otras posibles consecuencias, como problemas cardiacos. "Suele producir bajones. Cuando tomas un estimulante es como si tu cuerpo hubiese pedido un crédito de energía. Sin embargo, cuando agotas las reservas, tu cuerpo ha de devolver ese crédito. Si le has pedido más de lo que tienes, ocurre como en la banca, vas a la quiebra", explica Bulbena.

¿Se podrán anular algún día los indeseables efectos secundarios? Muchos científicos dudan de que se logre un medicamento que toque lo más íntimo del ser humano, el cerebro, sin ocasionar efectos secundarios, sin romper el frágil equilibrio de una compleja maquinaria. "Todavía se sabe demasiado poco sobre el funcionamiento del cerebro", afirma Bulbena. "Por muy preciso que sea un medicamento, estás rompiendo un equilibrio", afirma Bulbena.
"Con el cerebro ocurre como con el genoma, conocemos algunas de sus piezas, pero aún queda mucho por saber"; afirma María Ángeles del Brío, profesora de biología molecular de la Universidad de Oviedo y tutora del máster en bioética de la Universidad de Barcelona. Además, hay que tener en cuenta que las habilidades cognitivas del individuo también se configuran con la cultural y un contexto social, añade.


"Las farmacéuticas buscan fármacos que mejoren la capacidad de aprender y que se puedan utilizar como efecto paliativo en personas mayores porque tienen claro que van a tener un gran número de clientes", explica José María Delgado, investigador de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla.
Son medicamentos que apuntan a dianas muy concretas. Muchos de ellos, relacionados con la regulación de otro neurotransmisor que interviene en los procesos de memorización y aprendizaje, el glutamato. Por ejemplo, Memory Pharmaceutics, una compañía fundada por el premio Nobel Eric Kandel por su trabajo sobre la bioquímica de las neuronas, investiga sobre una proteína llamada CREB que "interviene en la transcripción de genes que codifican proteínas que facilitan el aprendizaje", explica Delgado. También actúan sobre el glutamato las ampaquinas, sobre las que está investigando otro laboratorio norteamericano, Cortex Pharmaceuticals. Delgado está investigando sobre cómo utilizar los antagonistas de los receptores del cannabis. Todo es investigación básica. "Aún falta mucho, todo está muy lejos porque se está intentando potenciar algo que todavía no sabemos bien como funciona", concluye Delgado.


El uso de estas sustancias, ¿cómo modificaría el concepto de trabajo intelectual? "El yoga puede ser un buen entrenamiento mental para incrementar el rendimiento y nadie lo critica, quizá porque requiere un esfuerzo. Sin embargo, parece que el uso de potenciadores hace desaparecer ese componente de esfuerzo", afirma Brió. "El uso de este tipo de medicamentos también puede incidir en el desarrollo de capacidades como el compromiso o el valor del esfuerzo", añade Ángeles del Brió, profesora de Biología de la Universidad de Oviedo. "Nos hemos hecho dueños de la evolución y la queremos hacer a nuestra manera. La cuestión es cómo".

¿Aumentarán las diferencias sociales entre los que tienen medios económicos para comprarlos y los que no? Hoy día, las diferencias sociales en el acceso a la cultura ya marcan que una persona acabe desarrollando mejores habilidades cognitivas que otras.